Por Mario Wainfeld  

Me aconsejan llegar alrededor de las cuatro para hacer de cronista en la Visita de las cinco. Entre mi endémica pre puntualidad y el escaso tránsito caemos aún antes con mi compañera Cecilia. No somos los primeros, nos espera una mesa con factura, mate, café y gaseosas, “todas y todos” del Museo de la Memoria, algunos de los invitados especiales que darán testimonio. Nos saludamos, nos abrazamos, nos re-conocemos o presentamos según el caso. El “clima” se parece al que antecede a un asado o a un paseo en lancha por el Tigre; una espera ansiosa y, a su modo, alegre. Alejandra Naftal, directora del Museo Sitio de Memoria ESMA, la primera anfitriona, nos explica el sentido de jornada, se esmera en que estemos bien, que tomemos o comamos algo.

En esta Visita se recuerda a los desaparecidos de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Durante la dictadura cívico militar 15 trabajadores de la CNEA fueron desaparecidos, cinco estuvieron secuestrados en la ESMA: Jorge Luis Badillo, Mariel Graciela Barroca, Daniel Lázaro Rus y Gerardo Strejilevich.

Sara Rus es la madre de Daniel Lázaro, lleva bien puestos los 92 años de su edad, nació en Polonia, es sobreviviente de Auschwitz. Entra, saluda, se sienta. Recuerda al hijo, al que desde pibe le interesó “la física”. Siempre quiso estudiar eso. Las víctimas han narrado sus historias decenas de veces, en charlas, ante tribunales, en encuentros como este. Saben expresarse, sintetizar, levantan la voz menos que la abrumadora mayoría de los artistas o periodistas de la tevé. Sara es diminuta e irradia autoridad como la querida Nora Cortiñas. Se acomoda el pañuelo blanco, conoce el lugar.

Manuel Rojas es proyectista, fue amigo de Gerardo Strejilevich, estudiaban física. Solía ir a la casa de la familia de su compañero, pernoctar a veces. Ahí los secuestraron en 1977, junto a Nora, hermana de Gerardo, y a Graciela Barroca, su novia. Recuerda cómo los sacaron, que los llevaron a El Atlético. Rojas y Nora recobraron la libertad. Narra parcamente, con impresionante economía de gestos. Se valdrá de las mismas palabras un rato más tarde.

Diego Hurtado es doctor en física recibido en la UBA, docente en varias universidades, autor de “El sueño de la Argentina Atómica (Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional 1945-2006)”. Comprometido con su disciplina y con los Derechos Humanos ayudará a dar contexto a las historias. La CNEA queda enfrente de la Ex ESMA, solo las separa la ancha Avenida del Libertador. Le correspondía a la Armada gestionarla merced al loteo del Estado que hacía la dictadura. Su titular –el capitán y luego Vicealmirante Carlos Castro Madero– fue una figura extraña. Carezco de competencia para analizarlo, apenas sintetizo malamente lo que recuerda y escribió Hurtado. El vicealmirante tenía ideas interesantes sobre el desarrollo nuclear nacional, cuentan que discutía con Emilio Eduardo Massera (Comandante de la Armada, integrante de la primera Junta Militar, capo de la represión) defendiendo a los trabajadores de la CNEA. Esas tenidas dan para una crónica o una reflexión histórica, que no es ésta. El rastro de la dictadura en la CNEA queda plasmado en sangre, cautiverios y persecuciones. Además de los desaparecidos mencionados líneas arriba, otros 11 trabajadores fueron secuestrados y luego liberados, 107 despedidos, 120 cesanteados, 320 obligados a renunciar.

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Hay personas que no se animan o no soportan acercarse al Museo de la ESMA o recorrerlo. Otras están siempre. El sobreviviente Alfredo Ayala “Mantecol” cae como a su casa, ríe. Regresó a la ESMA el 24 de marzo de 2004, “entré con Néstor”.

Vera Jarach es otra habitué que esta vez llega para acompañar. Nació en Italia, su familia se exilió en Argentina huyendo de las leyes racistas del fascismo, su abuelo murió en Auschwitz, su hija Franca fue secuestrada durante la dictadura y la mataron en un vuelo de la muerte. Madre de la Plaza, autodefinida “partigiana”, se comporta como en una reunión de seres queridos. Le acercan una silla, alerta que ya se pintará un poco y se pondrá el pañuelo blanco. Hablamos un ratito en esa previa, tiene un mensaje perenne que enriquece el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia. Nunca el odio, nunca el silencio, enseña Vera. Su estilo agrega algo más: sentido del humor, una sonriente ternura que sería incomprensible para quien no conoce a las Madres ni a las Abuelas.

Le comento que leí un reportaje de Philip Roth a Primo Levi quien le dijo que pretendía divertirse escribiendo. Refiero que me asombró (luego verificaré el textual: “lo que pretendía era divertirme escribiendo y que mis futuros lectores lo pasaran bien”). Vera, que frecuentó a Levi, no se sorprende ni medio. Recuerda la bonhomía del gran relator del Holocausto, vaya enseñanza. Pregunta el título del libro de Roth (“¿Por qué escribir?”): lo procurará, pero no en versión papel porque la vista no le responde. Lo enuncia como si tal cosa y sigue conversando.

Hay que empezar la Visita. Será distinta a las cotidianas porque la asistencia es numerosa, casi no habrá explicaciones de los guías y sí los testimonios al cierre. El más joven de los guías es morocho, lungo, con cara de pibe por ahí arriba; se llama Luciano Donoso, lo apodan Lucho, es hijo de mi hermana Estela. Se pone a disposición de nuestra comitiva, tiene 23 pero luce maduro en funciones. Pronto le explicará al público las reglas, les ordenará con amable firmeza que no escriban en las paredes, que toquen lo menos posible. El Museo, es prueba judicial y debe mantenerse intacto. Las instituciones en acción, el peso de los juicios piensa el tío de Lucho, orgulloso por motivos públicos y familiares.

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La concurrencia mezcla asistentes asiduos, otros primerizos, amistades o familias de las víctimas de CNEA o gente que labura ahora allí.

La recorrida transcurre entre silencios y cuchicheos, los corrillos son chicos. Los sonidos más fuertes provienen de los documentales que repasan décadas de sucedidos. El Juicio a las Juntas en blanco y negro, remoto. Presencié un par de audiencias como ciudadano, no era periodista por entonces. Siéndolo traté a los fiscales Julio Strassera, Luis Moreno Ocampo, León Arslanián, Ricardo Gil Lavedra. Impresiona su juventud, tanto como la de los testigos.

Las paredes húmedas y descascaradas albergan mensajes escritos,  correcciones con lenguaje aggiornado: se agrega “compañeras” o “detenidas desaparecidas” a las menciones originales en masculino. Muy a mano, caserito porque la administración macrista ahoga presupuestariamente todo lo que detesta o subestima: desde la Educación hasta los Derechos Humanos.

Suelo cumplir varias reglas cuando preparo o escribo crónicas. Una es tomar apuntes sencillos, escasos. Otra es evitar el verbo “sentir” en primera persona del singular. Este cronista, mayormente, ve, oye, percibe, interpreta, “edita”. Los sentimientos del escriba se ahorran a los lectores. En esta ocasión las dos reglas quedan en suspenso. Razones mixtas: prefiero no distraerme anotando, la ESMA me envuelve. Y, qué vamos a hacerle, siento. Una congoja persistente, un tumulto de remembranzas, un agobio físico. Todo mezclado con la claustrofobia que me arredra aún en contextos menos opresivos.

Subimos y bajamos escaleras bien angostas que fuerzan a hacerse a un lado cuando pasa alguien en sentido contrario. Escucho visitantes que conocen las historias, la especificidad de Capucha, Capuchita, la Pecera, la Maternidad. Mencionan a víctimas que pasaron por allí, desaparecidas o sobrevivientes, las identifican en los monitores de tevé que pasan documentales. Para otros todo es novedad.

Desembocamos en el Salón Dorado, la jornada comienza y finaliza allí. Llega el momento de los testimonios ante una muchedumbre que se apiña siguiendo las sugerencias de los guías, amigables más que corteses, informados, presentes.

Manuel Rojas rememora la amistad con Gerardo Strejilevich, la asiduidad con que era invitado a su casa. Se quedaba a pasar la noche. La mamá de Gerardo preparaba desayunos, llevaba el café con leche a la habitación que compartían el hijo y la novia. Rara esa costumbre para aquellos tiempos remotos… Describe cómo los llevaron, cómo supo que Nora estaba detenida con él, porque entrevió sus botas por una hendija. A ambos los liberaron. Relata en modo sobrio, la temperatura sube cuando menciona el intento de implantar por el 2×1, a los que piden impunidad contra los represores, a las leyes antiterroristas.

Diego Hurtado explica con clase la importancia de la energía atómica en un proyecto económico nacional, el rol de la CNEA, la lógica implacable del proyecto cívico militar para destruir industrias, saberes. Docente él, dotado de pasión… todo se le nota.

Es mi turno. Deslizo la relatividad de mi presencia. Comparto que tengo un cuñado desaparecido, Luis Delpech, hermano de mi pareja Cecilia. Un cuñado que jamás vi porque con Cecilia reincidimos en el matrimonio, nos conocimos empezados. Somos familia desde hace casi treinta años con las hijas de Luis, Laura y Victoria, nacidas al comienzo de la dictadura. Las conocí adolescentes, son mujeres nobles, trabajadoras, comprometidas, valientes, madres, formaron sus familias. Nos queremos. Publican recordatorios en Página, un lazo más. Nombro también a Lucho.

Sara Rus cierra, como debe ser. Repasa la dura vida que le tocó, se endulza al hablar de la bondad de Daniel Lázaro, la temprana pasión por “la física”. Seguirá buscando, anuncia. Solo pide que “los del” Equipo de Antropología Forense den así sea con un hueso, un pedacito del cuerpo del hijo que permita reconocerlo, darle sepultura. No conozco palabra castellana que describa la magnitud del silencio que la acompaña, bañado en lágrimas. El reclamo de Antígona, de nuevo. La maldad extrema de la desaparición de personas, personalizada.

Cada intervención es aplaudida con generosidad. Se abre al micrófono al público. Hay quien conoció a las víctimas, hay actuales trabajadores en la CNEA.

Las consignas anuncian la continuidad de las luchas y el fin de la jornada.
“Compañeros y compañeras detenidos desaparecidos de la CNEA! ¡Presentes! ¡Ahora y siempre!”

“Treinta mil compañeros y compañeras detenidos desaparecidos! ¡Presentes! ¡Ahora! Y siempre!”.

Empezamos a irnos, conmovidos y un poco remolones.
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La Visita (“performática”, define Naftal) suma miradas a ese entrecruzamiento de narrativas. Nadie es todólogo pero este cronista alguna información posee: jamás conoció lo que se contó ese sábado. Una muestra, un pequeño Aleph de la dictadura y de la irrenunciable memoria de las víctimas. Un relato coral.

Cada vez que pase delante de la Ex ESMA relojearé enfrente: a la sede de la CNEA, un edificio público con la imponencia que supo caracterizarlos el siglo pasado.

Pensaba antes y pensaré después en aquellos que quieren congelar la memoria histórica en el texto del Nunca Más. Dejemos de lado la insidiosa discusión sobre “los 30.000” o la teoría de los dos demonios. La investigación de la CONADEP y el “Nunca Más” son formidables, mojones iniciales de un glorioso camino. “Fechadas” como cualquier obra humana. Muchas voces y evidencias, entre ellas, las judiciales enriquecieron la memoria y la búsqueda de la justicia con el correr de los años. Numerosas víctimas, sus hijos a medida que fueron creciendo, los nietos recuperados, las historias desobedientes de los hijos de represores. El develamiento y la elaboración se concretan colectivamente, atravesando generaciones, mezclando géneros, mestizando formatos, llegando a la ficción en la tele o a testimonios tan variados como la sociedad misma.

Es de noche en el último sábado de julio. Intuyo que mientras tenga conciencia recordaré estas horas. Nos vamos a comer una pizza en familia, espío de reojo una transmisión de tevé porque se juega un partido de la Superliga. La vida sigue, igual pero mejor, con un recuerdo único que guardaré en el cuore.