Alejandra Dandán

Uno de sus viejos amigos arquitectos, lo acompañó. Recién llegado de España, Luis Alberto volvió a lo que había sido el Centro Clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada después de su secuestro, cuarenta años atrás. Observó las imágenes de los desaparecidos, suspendidos sobre la piel de vidrio de la entrada de lo que hoy es Museo Sitio de Memoria ESMA. Quedó absorto cuando supo que por el Centro de Detención pasaron 5.000 personas, la mayor parte de las cuales fueron asesinadas en los vuelos de la muerte. ¿Cuántos fueron los que sobrevivieron?, preguntó. ¿Doscientos o trescientos? ¿Y yo estuve entre ellos? ¿Quiere decir que fui uno de los pocos que se salvó? Buscó a tientas una marca en un altillo, algo que escribió hace muchos años con un grillete. Miró los baños.

Y se detuvo alucinado ante uno de los documentos más impactantes de ese Sitio: el dibujo realizado por un detenido-desaparecido en 1984 ante la Conadep que muestra un plano subjetivo de Capucha, el lugar de reclusión permanente de los prisioneros. Ahí está bajo el primer plano de una venda, lo que sus ojos lograron ver. Los tabiques de aglomerado sobre el piso, los grilletes de otros prisioneros y los pies y el cuerpo de un guardia que cruza el pasillo con un balde, símbolo de la deshumanización del espacio, sobre el que hacían orinar a los prisioneros. Ese dibujo es de él. He visitado este lugar por primera vez luego de 40 años, en aquel momento estuve detenido por dos semanas, escribió Vázquez en el libro de visita. Experimenté una gran emoción. Es una muestra extraordinaria. Es una idea brillante y muy bien materializada. Estoy totalmente agradecido y deseo que este centro tenga un gran futuro porque es justo y necesario.

Durante la Semana de la Memoria, entre el sábado 19 y el miércoles 23 de marzo, el Sitio de Memoria ESMA, ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio abrió sus puertas durante todos los días de 12 a 17 horas. Pasaron unas 2.000 personas. Volvieron viejos sobrevivientes. Carlos Muñoz y las hermanas Norma y Adriana Suzal. Pasó Enrique Fukman, en compañía de un periodista. Pasó Miriam Lewin. Volvió Fukman con otro periodista. Sugirió cambios para las cartelerías del Sótano. “Ahí donde dice: Sótano, Descenso a la Tortura y la Muerte –pidió, hay que agregar ‘y a la desaparición’”.

Durante la semana y en el marco de las actividades que conmemoraron los 40 años del golpe de Estado, el Sitio realizó una actividad llamada La Visita de las Cinco: en compañía de un invitado especial, los visitantes recorrieron el espacio. El sábado 19, una multitud ingresó al ex centro clandestino en compañía de los integrantes de los organismos de derechos humanos del Directorio Espacio para la Memoria. Al día siguiente, guió la visita Guillermo Pérez Roisinblit. Hijo de José Manuel Pérez Rojo y de Patricia Roisinblit, Guillermo nació en el centro clandestino de detención el 15 de noviembre de 1978.

Llevó a los visitantes al tercer piso, donde estuvieron los cuartos de las embarazadas. Oyó la voz de Sara Solarz de Osatinsky, vibrante en una instalación rescatada de su testimonio durante el juicio por el plan sistemático de robo de bebés. Sara allí va presentando a cada una de las embarazadas con las que estuvo en la ESMA, a quienes vio antes del parto, a quienes ayudó, y de las que continúo dando testimonio para localizar a los hijos robados.

Guillermo se sentó ante una frase de ese cuarto que está colocada en el piso: ¿Cómo es posible que en este lugar nacieran chicos?, una pregunta que hizo una ex detenida a uno de los jefes de la ex ESMA. Guillermo quedó ante la frase. Se sentó. Y se hizo sacar una foto ahí mismo, en ese cuarto, como lo hicieron parte de los visitantes durante cada día de la semana, como si con ese gesto también pudieran llevarse algo del espacio.
El lunes 21 estuvo Vera Jarach, madre de Franca, desaparecida de la ESMA. El martes 22, la visita la llevó adelante la fiscal del Juicio ESMA Unificado, Mercedes Soiza Reilly. El miércoles 23, la realizó otro sobreviviente, Martín Gras. Para entonces también habían pasado 7 de los 9 jueces de la Cámara Federal de Casación Penal de la Nación, el máximo tribunal penal de la Nación, alguno de cuyos integrantes tomó fotos como si deambulara por Auschwitz. A las 2.000 visitas de la semana, se sumaron otras 500 personas, entre las 19 y las 24 horas del miércoles de vigilia que organizó la Secretaria de Derechos Humanos para esperar el 24 de marzo. Las personas entraron en oleadas, esperaron en filas en la puerta, con sus teléfonos celulares dispuestos como cámaras de fotos, como se moverían los integrantes de un fan club. Hubo presencia de periodistas extranjeros, corresponsales de la agencia AFP, de la agencia de noticias China, del diario El País de España. La comitiva del presidente norteamericano Barack Obama también recorrió el Sitio. Un grupo de diputados del PRO visitó por primera vez el espacio. Caminaron en silencio y oyeron en estado de recogimiento a los guías. Cuando ingresaron al playón de los Traslados, hoy evocado con una torre de vidrio trasparente que en lo alto permite tomar contacto con el cielo, una diputada preguntó por qué no había un espacio para las víctimas de las organizaciones armadas. Intervino la directora del Museo, Alejandra Naftal. Pero a la diputada la detuvo el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj: “Éste no es un lugar para estos debates –explicó–, éste es el lugar para memorar el terrorismo de Estado”.

Luis Alberto Vázquez se detuvo durante su reingreso a la ex ESMA en la Pecera. Vázquez vive en España. No sabe. No vio. No sigue atentamente las derivas de los juicios en el país. Solo sabe lo necesario. Se sentó a informarse sobre las cosas hace dos años cuando lo convocaron a declarar. Ahora acerca su cuerpo a una silla. La silla está amarrada al piso de lo que fue la Pecera, como parte de la intervención y evoca a los detenidos-desaparecidos que estuvieron de alguna manera también amarrados al trabajo forzado. Vázquez observó alrededor. Y comenzó a hacer sus cuentas: “Esto era como una fábrica”, anticipó. “Cuando yo llegué en octubre de 1976, me dieron el número 525. Dos semanas después, cuando me largan, iban por el número 900 y pico. Habían pasado 400 personas en dos semanas.

Doscientas aproximadamente en una semana. Lo que equivale a no menos de 30 personas por día, por noche –dice mientras va haciendo cuentas mentales–.

Entonces en esas dos, tres o cuatro horas de madrugada, si cada operativo chupaba a tres personas, estamos hablando de 10 operativos en una noche”.

Cuando llegaban, dice, “durante la primera semana, te llamaban cada dos días. Te llevaban y te interrogaban.
Eso era cuando ellos te llamaban a vos. A medida que pasaban los días, por eso yo estaba atento a los números. Pasaron del 500, al 600, al 700, al 800 y los últimos ya iban por el 900. Un buen día, me dijeron, 525 y ahí los acompañé y fue el día que me largaron. Pero ya mi número, los 500, no se nombraban más. Eso también fue desesperante: ¿por qué?, me decía. ¿Qué pasa? ¿Ya no van a llamarme?”

En el Sótano se acordó de Norma Suzal, una de las personas a las que oyó en la sala de tortura. Mientras la interrogaban a ella, él esperaba en una silla de un pasillo al que los marinos llamaron Avenida de la Felicidad.
Vázquez conocía a Norma. Él estudiaba arquitectura. No fue secuestrado entre los estudiantes de la JUP de esa facultad que fueron víctimas de este Centro Clandestino.

Estaba de novio con una estudiante de la escuela Ceferino Namuncurá. Dos días antes habían estado en una fiesta. Un grupo de estudiantes de la escuela estuvo secuestrado en este centro clandestino, entre ellos estuvo Norma. Ni ella ni él sabían en ese momento que cuarenta años después, con un día de diferencia, ambos iban a volver a la ESMA. Norma acompañó a la fiscal Soiza Reilly en La Visita de las Cinco del día martes 22 de marzo. Durante su recorrida, pasó por el sector de Capucha, en el tercer piso, donde reconoció por primera vez el lugar exacto donde estuvo alojada. También miró el dibujo descomunal de Vázquez que ahora tiene la muestra. Y hasta deseó tomarle una foto, convencida de que él no sabía nada del destino de ese dibujo y para mandárselo a España. Al día siguiente, llegó él. “Ustedes están haciendo acá un trabajo universal”, dijo Vázquez antes de irse. “Esto será muy valorado. En realidad ya lo es porque en España, donde no pueden abrir ni siquiera una fosa común, todo el tiempo están dando el ejemplo de Argentina. Es en una de las cosas en las que somos un buen ejemplo. Y en ese sentido esto es un trabajo universal que habla al mundo entero”.